martes, 26 de febrero de 2008

Nunca es tarde

Nos conocimos en el día de San Valentín, a punto de despegar de Manises. Él miraba por la ventanilla, mientras yo me esforzaba por no perder el hilo de los amores de Gabriel, en los tiempos del cólera.

Se me estaban cerrando los párpados. En parte, porque había trasnochado la víspera, y en parte porque siempre me duermo en situaciones estresantes, conflictivas o desapacibles. A pesar de las muchas millas que llevo ya voladas, que un pájaro de acero me catapulte cielo arriba todavía hoy me impone un cierto respeto. Mi cerebro escapista se estaba preparando para hibernar y al final no tuve más remedio que capitular.

Me desperté con un sobresalto, en cuanto el avión se arrojó a la pista y sus reactores se pusieron a tronar en mis oídos. Fue entonces cuando César me habló por primera vez:
.
"¿Te da miedo volar?"

“Sí, un poco…”


Con la bravura y licencia que dan los años, me cogió de la mano: “No tengas miedo, piensa que el piloto también quiere volver a casa”. Sí, pero digo yo que también querrían volver a casa los que se estrellaron y que, por halagüeñas que sean las estadísticas, siempre tiene que haber uno que se caiga y porqué no éste…

Aprovechando nuestro ir y venir de manos, eché un furtivo vistazo a las líneas de su palma. Aunque no creo en quiromancias, tengo esta costumbre. Escudriño las líneas de la vida de aquellos que ya tienen asegurada su longevidad, con la esperanza de encontrar una que sea tan corta como la mía (mi teoría es que, en uno de estos viajes míos, voy a terminar espichándola en el avión, y hasta tengo pensado mi epitafio: “os lo dije”).

La raya que surcaba la mano de César no sólo era larga, sino doble. Pronto entendería el porqué, pues dos vidas tiene este gato.

El siete de febrero de 1972, contando con 36 años, César volvió a nacer. Aquel día había llegado con doce minutos de retraso para embarcar en el avión que salía de Manises para Ibiza. Allí le esperaba una reunión de trabajo a la que nunca llegó. Insistió, rogó, suplicó, y hasta se puso farruco, pero de nada le sirvió. Ese día estaba destinado a perder el avión.

De vuelta a casa, llamó a su clienta: “Margarita, te llamo para avisarte de que no me esperes”. Al otro lado del auricular, un estallido de llanto, entrecortado de risas y gritos histéricos. “Margarita, Margarita, cálmate, mujer, pero ¿qué te pasa?”.

Recomponiéndose: “César, ¿pero es que no te has enterado? Tu avión se ha estrellado y han muerto todos”.

No sé cómo hubiese reaccionado yo en su lugar, probablemente igual que él: volviendo al aeropuerto para besar a todas las empleadas de Iberia que le habían cortado el paso para subirse al avión y, de paso, a cualquier azafata que se terciase en su camino también.

César no ha desaprovechado esta segunda oportunidad que le regaló la vida. Todavía hoy, con 72 años cumplidos, sangre dulce y marcapasos, sabe disfrutar de ella como pocos.

Viaja con su "abejita Maya", un Citroën 2CV de 25 tacos, que rehabilitó hace unos años. Todos los meses, se van juntos de excursión para reunirse con amigos y otros “citroënófilos” de la asociación “Club Paraguas”. Una vez al año, ponen en marcha su GPS y su emisora de radio, y se echan a las carreteras internacionales.
.

Estos dos llevan ya más horas de rodaje juntos que David Hasselhoff y su coche fantástico. El año pasado, en agosto, se fueron nada menos que al mismísimo Cabo Norte ("sin ninguna visita al taller”, me comentó César orgullosamente).

Este año tienen planeados dos viajes. Se van primero a Dunkerque y, después, a circunvalar la bota en un “Giro” de Italia.

Aún más ambicioso es su proyecto para el 2009, en el que conducirá desde París hasta Pekín, patrocinado por Citroën. La casa madre subvencionará todos los gastos: gasolina, peajes, hoteles, comida, y hasta el vuelo de regreso y repatriación de coches desde China. ¡Menudo viaje!
Qué pena que no he conseguido convencerle para bloguear, pues seguro que a muchos nos hubiese encantado seguir sus aventurillas.
.
Para saber cómo le fueron sus viajes a César, tendréis que hacer como yo: iros a comer un arrocito en su restaurante, en la Malvarrosa de Valencia. Riquísimo.
.


(Escrito desde Castellón de la Plana, España, el 26/02/08)

jueves, 21 de febrero de 2008

Historias de Amor

Por estas fechas en las que toca ponerse románticos y algo cursilones, me permito sacar a la luz un par de historias que tenía guardadas en el baúl de mis mejores recuerdos.

La primera va dedicada a mis padres, que el amor fulminó hace 39 años.

Conocí a Dana y Elk en Vietnam, de excursión por los arrozales de Tam Coc. Esta pareja de enamorados cuarentones enseguida despertó mi curiosidad por el aura de felicidad que desprendían. Se intercambiaban un sinfín de sonrisas cómplices, de miradas golosas, y de otros tantos táctiles gestos de ternura. Hubiese apostado lo que fuere a que estos dos estaban allí de luna de miel.

Afortunadamente, no tuve oportunidad de lucir mi lado ludópata. Al que sí pude dar rienda suelta fue a mi lado marujilla y narigón, que en cuanto se trata de amor, una es más indiscreta que la Gemio. Aprovechando que la parejita se sentó a nuestra mesa en el restaurante (los enamorados son siempre tan incautos), entre bocado y bocado, fui dejando caer mis preguntillas, con naturalidad, como quien no busca la cosa, y así, pasito a pasito, con sutiles maniobras, me los fui llevando al huerto…

“Hola, ¿de dónde sois? ¡Anda! De Suecia y de la República Checaaaa… Huy, qué bonito, qué suerte, ni falta hace que os diga lo mucho que nos gustó Praga, ¿a que sí, Juni?… Oye, ¿y cómo os habéis conocido?”

Vale, vale… Admito que ni fui tan sutil, ni di tantos rodeos. Fue un jaque mate en dos jugadas, pero sí es que incitar a dos tórtolos a que te hablen de su romance es como preguntarle al abuelo por batallitas, o al Juni por sus episodios favoritos de “Stargate SG-1”. Vamos, que es éxito seguro.

Sucedió en Praga, a la hora punta de un concurrido restaurante. A dos mesas de distancia, ajenas al trajín de platos, copas y cubiertos, dos miradas se buscaban mientras se esquivaban. Él le sonreía, ella se sonrojaba. Un estallido de risas irrumpió en el ruido de conversaciones, pero a ella se le había escapado la broma. Llevaba diez minutos perdida en el laberinto sin salida de su deseo.

Una voz masculina vino a rescatarla del ensueño: “Señorita, el caballero de aquella mesa desea ofrecerle esta copa”.

El caballero, Elk, era un veinteañero melenudo y mochilero, ojigarzo y desgreñado, delgado y más largo que una semana en ayunas. El sueco no le quitaba los ojos de encima a Dana. La guapa checa, llevándose la copa a los labios, le devolvió la mirada.

El magnetismo de sus ojos verdes tuvo la culpa de todo. Atraído sin remedio, Elk se levantó de su silla para dar los cuatro pasos más decisivos de su vida. Zancadas, más bien. Las que le costó cruzar la sala para plantarse de frente a la mujer de sus sueños. Primero le pidió permiso para sentarse a su lado y después, tras más de una hora de seducciones en un idioma prestado, se atrevió a pedirle… la mano.

Cualquiera de nosotras hubiese ladeado la cabeza hacia atrás, desviando fugazmente la mirada y atusándose el pelo, mientras se echaba a reír. Dana, simple y serenamente, dijo sí.

Un año más tarde, ya estaban casados y en su casa de Suecia. Nunca se han separado.

Mientras yo me quedaba boquiabierta, sin tomar palabra ni bocado, Dana se puso a buscar algo en la cartera. Sacó una fotografía, la de su segundo amor y única hija.

Me contó la alegría que supuso la llegada de Yasmin. Elk había pasado aquella mañana dando más vueltas que las aspas de un molino, fumando cigarrillo tras cigarrillo, llenando la casa de ansiedad y humo. Dana se mordía compulsivamente las uñas cuando sonó el timbre de la puerta. Era la cigüeña, venida desde Corea para una entrega muy esperada.

Desde el primer segundo, apenas sintió el leve y cálido peso de la cría en sus brazos, Dana supo que era madre. Veinte años se han cumplido ya, de esa cadena de amor perpetua.
.

Quiero dedicar mi segunda historia, por encontrarse en las antípodas de la primera, a mis amigos César y Piluca, que se casaron tras conocerse de toda una vida.

Pierre recuerda con prístina nitidez la primera vez que vio a su mujer. Se conocieron en un hospital, en el sur de Francia. Desde luego, el suyo no fue amor a primera vista. Tampoco puede decirse que su encuentro les dejase una marcada y memorable impresión. Claire, de hecho, ni siquiera recuerda ese día. Y a Pierre, ella más bien le pareció poca cosa.

Sus padres le habían llevado a la maternidad de Nimes, para conocer a la hija recién nacida de una pareja de amigos. Ésta fue la primera visita de una serie casi infinita de encuentros. Prácticamente, Pierre y Claire se hicieron juntos.

Construyeron castillos de arena, jugaron a papá y mamá, a médico y enfermera, a “seños” y alumnos, se embadurnaron mutuamente de chocolate, en ocasiones, se pelearon y se tiraron los trastos (de hecho, creo que todavía hoy se dedican a estas mismas prácticas).

Con el transcurrir de los años, Claire se hizo moza, curvilínea y muy guapa. Esos cambios no pasaron inadvertidos por Pierre, que empezó a observarla con renovado interés. Los juegos de niños pronto cedieron paso al de mayores.

No fueron sólo la belleza y antigua amistad de Claire los que irresistiblemente atrajeron a Pierre. También habían desarrollado una infinidad de afinidades. A ambos les encantaba la naturaleza, los grandes espacios al aire libre y la sana simplicidad de la vida rural. Ambos habían elegido cursar los mismos estudios, de magisterio. Ambos anhelaban un mismo estilo de vida. Ambos soñaban con la idea de expatriarse, de descubrir otros mundos.

Casi al mismo tiempo, empezaron a dar clases. El mismo año y, por separado, solicitaron un traslado para trabajar fuera de la Francia continental. A ambos les fue concedida su solicitud, siendo destinados a la Guyana francesa. Sus puestos no estaban en la misma escuela, ni en el mismo distrito, ni en la misma ciudad, ni siquiera en la misma provincia.

El uno se fue al sur y el otro, al norte. Vivieron varios años de esta manera, hasta que la separación física pudo con ellos y se convirtió en ruptura sentimental.

Pasaron los meses, un año entero sin verse. Nunca habían estado alejados durante tanto tiempo. Se escribieron y decidieron que era hora de volver a encontrarse. Desde entonces, nunca más han vuelto a separarse.

Nueve meses más tarde, se casaron. Y tras otros nueve meses más, nació su primer hijo, Ismael. Tres años después, llegó el segundo, Christo. Cuando yo me crucé con ellos, en Luang Prabang (Laos), Claire me regaló la primicia de que estaba embarazada. Todavía no habían querido decir nada en casa, para no preocupar a unos abuelos que ya padecían por la seguridad y salud de sus nietos, en manos de unos padres, al juzgar de aquéllos, inconscientes.

A mí, personalmente, me llamó mucho la atención ver una familia viajando por Asia, especialmente dada la corta edad de los churumbeles (unos cinco y dos años, si no mal recuerdo). Enseguida simpaticé con ellos y les pregunté qué tal llevaban lo de viajar con sus peques.

Me comentaron que la experiencia estaba resultando increíble y que tanto los niños como ellos estaban disfrutando lo que no estaba escrito. Los asiáticos se vuelven locos con los críos, especialmente si son blancos, pues no están muy acostumbrados a verlos. Así que prácticamente no podían dar un paso sin encontrarse a alguna señora con auténtica devoción por pasarse horas entreteniendo a los nenes (por supuesto, ellos, los padres, estaban más que encantados). Claire me confesó que casi se sentía incómoda cuando salía a dar un paseo sola, pues notaba que el trato con los locales no era el mismo sin sus hijos, que la interacción pasaba automáticamente a un plano más comercial y menos genuino.

También me dijeron que el “truco” para viajar con niños consiste en tomarse las cosas con calma, buscando un ritmo que no rompa con su rutina. Procurar respetar siempre los mismos horarios para comer y dormir, limitar las excursiones, buscar oportunidades para el descanso y también para el juego.

Pierre y Claire se habían tomado unos cinco meses de excedencia para dar una pequeña vuelta por el sudeste asiático. Seguían un recorrido muy similar al mío con Junior, aunque en sentido contrario, pues venían de Chiang Mai y se dirigían a Vietnam (pobres), mientras nosotros veníamos de Hanoi y volvíamos a Tailandia. Por cierto, ellos también habían estado en la maravillosa isla de Koh Lipe, donde por algún misterioso hechizo que Ismael y Christo aún no han terminado de comprender, Claire se quedó embarazada (vaya, pues a mí eso no me ha pasado, y eso que yo ya he estado dos veces en la isla).

Podéis ver las fotos del viaje de Pierre y Claire en su blog. Hace poco, recibí noticias suyas informándome del nacimiento de su pequeña Éloïne, que vio la luz en su casa de Arrout, el miércoles 21 de noviembre del 2007, a las 9:22 de la mañana.
.

No acabaré diciendo que ambas parejas comieron perdices y fueron para siempre felices, pues la vida no es un cuento y nunca puede predecirse cómo irá a terminar una historia que aún se está escribiendo.

Pero, si bien dejo abierto el final de mis historias, sí que me arriesgaré a sacarles su moraleja. Y es que, en amor, no hay más regla de oro que la de no existir ninguna regla.

¿Quién se atreve a afirmar que los flechazos nunca funcionan? ¿O que las segundas partes nunca son buenas? ¿O que después de tener hijos, no se puede viajar más allá de Mora de Rubielos o de Rubielos de Mora?

Que tengáis un feliz día de San Valentín y ¡que los solitarios se enamoren!


(Escrito desde Castellón de la Plana, España, el 14/02/08: rescatado para "Soliloquios", el 21/02/08)

La factoría de los sueños

En estas fechas de trajín y festejos, en las que todos andamos algo frenéticos, haciendo y deshaciendo planes, despidiendo el año viejo y acogiendo el nuevo con resaca de ilusiones, tengo la suerte de poder tomarme un respiro. Es hora de la siesta en Luang Prabang. La vida fluye como un río tranquilo, con tal sosiego que hasta el tiempo parece detenerse.

Aprovecho la calma para acercarme a vosotros y contaros un sueño. No el mío, sino el de Sabriye.

Sabriye Tenberken nació en Alemania el 19 de septiembre de 1970. Una enfermedad degenerativa de la retícula fue mermando su vista gradualmente, hasta dejarla en la oscuridad total con tan sólo doce años.

Mientras tú y yo entrábamos en la pubertad afrontando crisis existenciales tales como un desastroso corte de pelo, una inoportuna erupción de espinillas y ese primer amor platónico para nada correspondido, Sabriye aprendía a mirar con la yema de sus dedos, a comer a tientas, a visualizar con la memoria, a desplazarse a oscuras, a ubicarse dentro de un espacio sin referencias visuales.

Desde muy joven, su vida ha consistido en la superación de obstáculos. Físicos, obviamente, pero también psicológicos y sociales. Cuando, tras licenciarse en la carrera de estudios asiáticos, solicitó una beca para realizar un proyecto en el extranjero, se topó con un muro. Acudió a varias instituciones, pero en todas ellas la respuesta fue unánime: “No podemos enviar a una persona ciega sobre el terreno, ¿porqué no se conforma usted con trabajar en su proyecto desde Alemania, atendiendo llamadas telefónicas, por ejemplo?”.

¿Conformarse? Ella nunca lo había hecho. Cuando se matriculó en la carrera, eligió estudiar chino, mongol y tibetano, pese a la oposición del profesorado. Le desaconsejaron fuertemente el tomar esta última asignatura, no sólo por la extrema complejidad del idioma tibetano, sino sobre todo por la total ausencia de material pedagógico para no videntes en este campo. Sabriye no cejó ante este primer problema. Había decidido aprender tibetano y su determinación le llevó a crear, partiendo de cero, un código de escritura braille aplicado a este idioma. Para apoyar su estudio, trabajó en el diseño de un programa que permitiese la impresión de textos tibetanos en braille. También produjo el primer diccionario braille alemán-tibetano.

El sueño de Sabriye consistía en viajar al Tíbet y crear allí una escuela en la que enseñar su sistema braille. Todos la escuchaban con interés, pero nadie se atrevía a avalar su proyecto. Después de recibir innumerables negativas, Sabriye comprendió que su sueño estaba completa y exclusivamente en sus manos, que no debía esperar el apoyo de nadie para realizarlo. En 1996, preparó su equipaje y, sola, se echó a volar.

Lhasa, para cualquier viajero, es una de esas ciudades que te ponen a prueba en más de un sentido: altitud, idioma, caos callejero, contraste cultural, corrupción… Para una persona ciega, es además un nido de trampas, con aceras plagadas de agujeros, desniveles, porquería y obstáculos. Todos los días, Sabriye volvía a su habitación con el bastón cubierto de mierda. Pero lo peor no era esto, sino los insultos que recibía en la calle: “¡Eh, mirad a esa blanca estúpida y torpe! ¡Qué risa! ¡A ver cómo se la pega!”.

En cualquier lugar del mundo, sufrir una discapacidad, ya sea física o mental, es una prueba difícil. En el Tíbet, es aún peor. Debido a una concepción mal entendida del karma, despojada de la primordial virtud budista, que es la compasión, el ser ciego, tetrapléjico o tullido es un castigo merecido. Estás en esta vida para saldar una deuda, para limpiar un karma sucio, has de pagar por el mal que has perpetrado en otras vidas, y nadie se detiene a ayudarte.

Para colmo de males, la proporción de ciegos en el Tíbet es diez veces superior a la media en occidente. Debido a las austeras condiciones de vida, a la dureza del sol, al viento, a la suciedad y al uso de carbón para calentarse, muchos niños pierden totalmente la vista a una edad temprana.

Sabriye, que iba recorriendo pueblos y aldeas a caballo, en busca de niños ciegos para su escuela, se encontró con situaciones auténticamente desesperadas.

Un niño había permanecido atado a su cama, para que no se hiciese daño, con lo que no sólo no había aprendido a desplazarse autónomamente, sino que tampoco sabía caminar.

Una niña de cuatro años sufría abusos físicos por parte de su padre, mientras su madre la insultaba llamándola “bruja”.

Otro niño había sido vendido por sus padres a una familia de Lhasa, con el fin de explotarlo para la mendicidad. Cuando no traía suficiente dinero a casa, era brutalmente castigado, a golpes y latigazos.

La primera clase de Sabriye contaba con tan sólo seis alumnos. Usaban un aula prestada, fuera de las horas de colegio. Más adelante, logró comprar un terreno para edificar una escuela permanente.

La construcción de esa primera escuela fue una continua pesadilla, topándose con trabas administrativas, una orden de expulsión por parte del gobierno chino, un pleito sobre la propiedad del terreno comprado, oposición de vecinos, corrupción y robo de fondos. Una importante donación que le había sido enviada desde Alemania fue a terminar en los bolsillos de una organización tibetana sin escrúpulos.

En más de una ocasión, Sabriye se sintió a punto de tirar la toalla. Afortunadamente, en esos momentos, contó con el apoyo de su pareja, Paul Kronenberg, un atractivo viajero holandés que conoció en Lhasa, y que se unió definitivamente a ella en 1998.

Durante los tres primeros años de su convivencia, Sabriye y Paul compartieron una minúscula e insalubre habitación, en la que apenas tenían espacio para moverse alrededor de la cama. Aquello, más que habitación, era una celda infestada de ratas, pero no podían permitirse nada mejor.

Hoy en día, se acuerdan de esos sacrificios y tribulaciones con orgullo. Fue un camino largo y angosto, pero mereció la pena. La satisfacción de ver la felicidad impresa en el rostro de sus niños, a los que se negaba incluso el derecho de existencia, no tiene precio.

Una mañana, llegando al colegio, se encuentran a un pequeño sentado solo en el patio, mirando hacia el sol, con una sonrisa de oreja a oreja. Se acercan a preguntarle porqué se le ve tan contento. ¿Imagináis cuál fue su respuesta?

“Soy feliz porque soy ciego”.

Para este niño, la escuela supuso una transformación radical. Aprendió a leer, a escribir, geografía, tibetano, chino e inglés. Incluso aprendió a usar ordenadores. Nadie en su pueblo sabe hablar inglés. Nadie ha visto jamás un ordenador. De no haber sido ciego, él tampoco hubiese tenido acceso a todas estas cosas.

La niña “bruja” pasó dos años enteros en la escuela, sin volver a su pueblo. Cumplidos los seis años, quiso visitar a sus padres. Ella sola se fue a su casa, volviendo al cole una semana más tarde, de la mano de un padre y una madre orgullosos de su pequeña.

El niño vendido escapó de la familia que lo tiranizaba y también de una vida destinada a la mendicidad. Gracias a Sabriye, aprendió el oficio de masajista y es ahora empresario.

En la escuela, los niños son estimulados a soñar, a deshacerse de sus trabas, complejos y baja autoestima. Una de las actividades a la que se les invita a jugar es la “factoría de los sueños”. En este juego los niños deben pensar qué quieren ser de mayores. La única regla es no darse límites, no pensar en lo que pueden o no pueden hacer, sino en lo que realmente quieren.

Uno de los primeros sueños de la factoría fue el de este niño ciego que, poniéndose en pie, proclamó a gritos: “YO, de mayor, ¡quiero ser taxista!”. Su sueño fue respetado, nadie intentó disuadirlo o convencerlo de que eso era imposible. Dos años más tarde, le preguntaron si todavía quería ser taxista. El niño contestó que no, que había cambiado de idea: ya no quería ser taxista, ¡sino empresario de una compañía de taxis! ¿Quién se atreve a decir que los ciegos no tienen visión?

Al final, ni taxista, ni dueño de una empresa de taxis. Siendo mayor, decidió que su vocación no estaba en los automóviles, sino en la producción quesera. Fue el primer tibetano con pasaporte, viajando a los Países Bajos para aprender el oficio de quesero. De vuelta a su país, es ahora responsable de transmitir su conocimiento a aprendices ciegos, en la granja orgánica de Shigatse (otro sueño cumplido de Paul y Sabriye).

Ahora mismo, Sabriye y Paul están trabajando en la construcción de una nueva escuela, cerca de Trivandrum, la capital de Kerala, en el sur de la India. Junto a un lago y rodeada de cocoteros, esta escuela especial tiene por aspiración convertirse en un auténtico caldo de cultivo para sueños.


El “Instituto Internacional para Empresarios Sociales” abrirá sus puertas en enero del 2009, acogiendo alumnos de todo el mundo, con una motivación común, que es darlo todo por la realización de sus sueños, y bajo una sola condición: tener a la sociedad por beneficiaria.

La mayoría de estos alumnos tendrán otro punto común: ser total o parcialmente ciegos. En esta escuela, ser ciego no es considerado una discapacidad, sino un valor añadido. Los ciegos, por la fuerza de sus circunstancias, han tenido que desarrollar valor, perseverancia, autoconfianza, espíritu de superación, destreza para resolver problemas y superar obstáculos. Todas las capacidades necesarias para realizar sus sueños.

Conocer a Sabriye y Paul fue, sin lugar a dudas, uno de los momentos más emocionantes de mi viaje. Su testimonio es para mí un tesoro, que he querido compartir con vosotros para que os pueda servir de inspiración.


Mi deseo para todos, en el umbral de este nuevo año, es que demos crédito a nuestras ilusiones y seamos capaces de apostar por nuestros sueños.

No permitamos que nadie, ni nada, se interponga en nuestro camino. Seamos conscientes de que muchas veces somos nosotros mismos los primeros en ponernos la zancadilla, escondiendo nuestros miedos e incertidumbres tras el refugio de la excusa, de trabas reales o imaginarias.

No escuchemos esa pequeña voz que, sin duda con afán de protegernos, nos recomienda que no intentemos ningún cambio, que no probemos nada nuevo, que tal o tal idea es una locura o disparate, que pensar de manera diferente es peligroso, que dejarlo todo es suicida, que lo que anhelamos es imposible, que ya es demasiado tarde, que eso es para otros, para los más jóvenes, más fuertes, más valientes o menos condicionados.

Que no tengamos que ser ciegos para abrir los ojos.

Nota: Para saber más acerca de los proyectos sociales de Paul y Sabriye, podéis consultar la página web de su fundación – www.braillewithoutborders.org


(Escrito desde Luang Prabang, Laos, 31/12/07: rescatado para "Soliloquios", el 21/02/08)

Nada es imposible

El lunes 15 de octubre, llegábamos al campamento base del Everest, por su vertiente tibetana, tras dos días de ruta en todoterreno.
.
De derecha a izquierda: José, Isa , Clara y Nial, dando saltos de alegría ante nuestra primera visión del Himalaya.

Esperaba quedarme sin aliento y con dolor de cervicales, al pie de este gigante pétreo (8844 metros, según las últimas mediciones), desafío supremo de tantos alpinistas profesionales y aficionados. Sin embargo, el Everest no me causó mayor impresión.

"La verdad, me hizo más efecto el Mont Blanc" – le comenté desdeñosamente a José, mientras éste ametrallaba la nívea cima con mi cámara. Claro que en aquellas vacaciones de esquí en los Alpes, yo tendría a lo sumo siete u ocho años (unos cuantos menos que ahora), una edad mucho más impresionable.

La imagen colosal que yo me había creado del "techo del mundo" era puro producto de mi ingenuidad. Obviamente, el campamento base no está precisamente al nivel del mar, con lo que del Everest sólo percibimos los últimos 3000 y pico metros que llevan a su cima, trazando un perfil de ascendente verticalidad.

Si bien la visión del Everest no llegó a marcarme, no así la historia de estos tres alpinistas, cuyos nombres – Grania, Erik y Sabriye – quedarán para siempre inscritos en los anales montañeros del Himalaya. En común a todos ellos, un mismo lema: "nada es imposible".
.
Tuve la suerte de escuchar en directo a Grania Willis en el 2005, elocuente y entretenida oradora, durante una conferencia celebrada en la sede dublinesa de Microsoft. Acababa de regresar de su increíble expedición por el Himalaya. En Junio de ese mismo año, Grania logró superar su desafío personal, demostrando ser la primera mujer irlandesa capaz de alcanzar la cima del Everest por su vertiente norte, técnicamente la más dura.

Imagino que estaréis pensando a santo de qué os vengo a contar la historia de la primera mujer irlandesa en escalar el Everest por su vertiente norte, ¿acaso no sería mejor narrar la hazaña de la primera mujer (la surafricana, Cathy O’Dowd) en alcanzar esa misma meta?

Cierto. Pero si he elegido hablaros de Grania, es por la peculiaridad de sus circunstancias personales, que hacen su desafío y proeza aún más espectaculares.

A saber:
- Grania W. cumplió su objetivo a la edad de 49 años
- Sufría graves secuelas físicas en la espalda, tras dos caídas a caballo que por poco le costaron la vida y…
- ¡Nunca había practicado alpinismo antes de proponerse escalar el Everest!

Como podréis suponer, muchos intentaron desanimarla de su despropósito. Pero Grania, fiel a su lema, no quiso darse por vencida antes de darlo todo en el intento.

Deja su trabajo como corresponsal ecuestre del Irish Times en septiembre del 2003 y, cinco meses más tarde, empieza su entrenamiento intensivo. En septiembre del 2004, se estrena como alpinista en el Himalaya, escalando Cho Oyu (8189 metros), la sexta cima más elevada del mundo.

Avalada por este primer éxito, Grania se siente preparada para el gran desafío. Empieza a ascender el Everest a principios de junio, algo tarde, pues acaba de terminarse la temporada de escalada. Pese a los fuertes vientos y otras inclemencias del tiempo, Grania alcanza la cumbre el domingo seis de junio del 2005, a las ocho de la mañana (hora nepalesa).

Nota: Tal vez os estéis preguntando qué reto puede quedarle a uno tras haber escalado el pico más alto del mundo. Tras lograr su objetivo, Grania ha puesto por escrito todos los detalles de su epopeya, en un libro publicado bajo el título de "Total High: my Everest challenge" (bastante difícil de conseguir en su versión original, dudo mucho que exista su traducción al castellano). Grania sigue escalando. En marzo de este año, haciendo equipo con otro irlandés, Ian McKeever, se ha convertido en la primera mujer irlandesa en alcanzar la cima de las pirámides Carstensz (4884 metros), en Indonesia. Una hazaña nada despreciable, aunque esta vez no haya hecho portada en la prensa celta.

Erik Weihenmayer, de nacionalidad norteamericana, perdió la vista a la edad de doce años. La desgracia a veces se ensaña injustamente sobre un mismo individuo. Al poco tiempo de quedarse ciego, Erik perdió a su madre en un trágico accidente de carretera. En un esfuerzo por levantar la moral de su reducida familia, el padre de Erik llevó a sus tres hijos adolescentes en expediciones montañeras por Suramérica, India y Nepal. Fue gracias a estos viajes que la autoestima, autoconfianza y espíritu de superación crecieron en Erik, empezando a retomar gusto por la vida.

Pese a su discapacidad, Erik logró superar dificultades y obstáculos, hasta convertirse en uno de los más afianzados atletas de nuestros días. Entusiasta y experto practicante de paracaidismo acrobático, delta plano, esquí, ciclismo y carrera de fondo, sus logros más extraordinarios se adscriben sin embargo a los grandes hitos de la escalada.

El 25 de mayo del 2001, Erik alcanzó la cima del Everest, siendo el primer hombre no vidente en lograr este reto.

El 5 de septiembre del 2002, al erguirse sobre la cumbre de Kosciusko, en Australia, Erik se unió a los 150 alpinistas cuyo record consiste en haber escalado la montaña más alta de cada continente, en total siete.

Mientras escribo esto, pese a que nos separen más de 600 kilómetros de distancia, me parece estar oyendo las quejas del Junior: "¿Cómo que siete continentes?". Aún recuerdo una discusión en el que él sostenía que los continentes, de toda la vida, habían sido sólo cinco, mientras yo me emperraba en que fuesen seis. Pues ya ves, Juni, "ni pa tí, ni pa mí", resulta que son siete.

Ahí van:
1. Asia (su cima más alta, con sus 8844 metros, como bien sabemos todos, es el Everest)
2. Suramérica (Aconcagua, 6961 metros)
3. Norteamérica (McKinley, 6193 metros)
4. África (Kilimanjaro, 5894 metros)
5. Europa (Elbrus, 5641 metros)
6. Antártica (Macizo Vinson, 4897 metros)
7. Oceanía (Kosciusko, 2230 metros)

La trayectoria de Sabriye Tenberken, de nacionalidad alemana, estaba destinada a convergir con la de Erik. Al igual que éste, Sabriye había perdido totalmente la vista con 12 años, a consecuencia de una enfermedad reticular, degenerativa e implacable.

Tras leer un artículo sobre las hazañas montañeras de Erik, Sabriye compartió el inspirador relato con sus alumnos de la escuela para ciegos, en Lhasa. Los niños quedaron tan impresionados que, durante semanas, no dejaron de hablar de su nuevo súper héroe.

Animada por el efecto que Erik producía en la autoestima de sus alumnos, Sabriye le escribió una larga carta, invitándole a visitar su escuela. Una invitación que no sólo fue inmediatamente aceptada, sino correspondida con otra más osada: ¿por qué no acompañarle en una de sus expediciones?

Así pues, Sabriye, guiada por Erik y acompañada por seis adolescentes, cuatro chicos (Gyenshen, Dachung, Tenzin y Tashi Pasang) y dos chicas (Sonam Bhumtso y Kyila), ciegos todos ellos, se aventuró a ascender, no el Everest, sino otro pico himalayo, Lhakpa-Ri, cuyo nombre traducido del tibetano significa "Montaña Tempestuosa". Con sus 7010 metros de altitud, la montaña tempestuosa es más elevada que cualquier otra cima fuera del Himalaya.

Nota 1: Para quién quiera ser testigo de esta increíble aventura, permaneced al acecho del estreno de la película "Blindsight", un galardonado documental que a pesar de haber sido rodado en el 2004, todavía no se ha estrenado en la gran pantalla española.

Nota 2: El ascenso de Sabriye por el monte Lharkpa-Ri, en la vertiente norte del Everest, no es ni de lejos su mayor logro. Dentro de unos días y en un texto aparte, os contaré la increíble odisea de esta mujer excepcional, tras haber tenido el placer y honor de entrevistarme personalmente con ella en Kerala.

Nota 3: Nada es imposible. Tampoco lo es morir en el intento de tocar nuestros sueños. El éxito de estos valientes aventureros, si bien debe inspirarnos a ensanchar nuestros límites, no debe hacernos olvidar los peligros que conlleva el ascenso a vertiginosas altitudes. La densidad de oxígeno en la cima del mundo es de 7,7% (al nivel del mar, 23% aproximadamente). El 20% de alpinistas que han intentado alcanzar dicha cumbre, han perecido en el camino, como atestiguan las lápidas encontradas en su campamento base.

Tal vez no tengáis en mente escalar el Everest, pero sí hacer senderismo en Nepal, como lo hicimos nosotros. Tampoco aquí os confiéis demasiado. Durante el breve periodo de tiempo en el que José se encaminaba hacia el paso de Thorung-La y yo llegaba a Jomsom, tres personas se dejaron la vida en el Anapurna. Un sherpa nepalés y dos turistas franceses.

Un hombre mayor, entre 70 y 78 años (según dos versiones distintas), empezó a manifestar síntomas del mal de altitud, en el ascenso que lleva de Manang a Thorung-La. Haciendo caso omiso a estos síntomas, siguió ascendiendo hasta desplomarse. Intentaron en vano organizar una operación de rescate por helicóptero. Tras tres horas de espera, el hombre expiró su último aliento.

Una mujer joven, de 28 años, viajaba con su pareja, curtido senderista. Se llamaba Olivia y se parecía a Cameron Díaz. Había superado el paso de Thorung-La y alcanzado Muktinath. No había manifestado ningún síntoma, ningún malestar. Sin embargo, por la mañana, su novio se despertó con el ruido de una respiración ahogada. Olivia estaba ya inconsciente, pero aún debatiéndose por arrancarle al aire una última bocanada de oxígeno. Ni siquiera con la intervención de un médico japonés, que la providencia había enviado a la habitación contigua, lograron reanimarla.

Sed valientes, pero nunca temerarios.



(Escrito desde Delhi, India, 06/12/07: rescatado para "Soliloquios", el 21/02/08)

La vuelta al mundo de Theo

“Yo quiero viajar, porque viajando se conoce a gente que uno nunca hubiese conocido de haberse quedado en casa” – con estas palabras resumía mis ganas de viajar hace ya casi un año, tres semanas antes de embarcar en nuestro maravilloso periplo por tierras asiáticas y australes.

Más profunda que el recuerdo de los paisajes, monumentos, colores y aromas que han impregnado nuestro viaje durante estos últimos diez meses “on the trail”, es la huella de otros pasos que nos acompañaron durante mágicos tramos del camino.

Conocí a Theo en una sala de espera, frente a la puerta de embarque del diminuto aeropuerto de Pokhara. En Nepal, hasta el más impaciente aprende a tomarse la vida con calma. Tu comida, por ejemplo, nunca llega a tu mesa con menos de 30 ó 40 minutos de espera (el record lo vivió mi amigo Vincent en Bhulbule: una hora y media, para un simple pedido de pan con queso). No es pues de extrañar que uno tenga tiempo de echarse amigos mientras espera su turno de embarque. En mi caso, el pequeñísimo aeroplano de propulsión a hélice, destinado a despegar a las seis y media de la mañana, no me llevó a Jomsom hasta pasadas las nueve.

Con más de tres horas de retraso, Theo y yo emprendimos juntos nuestra ruta por el Anapurna. Nuestro pequeño itinerario tenía como meta para el primer día Muktinath, una aldea agarrada a las rocas, a 3710 metros de altitud, pero no la alcanzaríamos hasta el día siguiente. Entre el retraso y un ritmo marcado por más pausas que pasos, nos vimos “obligados” a hacer noche a medio camino, en el encantador pueblecito de Kagbeni.

Nuestros caminos se separaron en Muktinath para volver a encontrarse tres días más tarde, de pura chiripa, en Tatopani. Así pues, terminamos juntos nuestra ruta, llegando hasta Beni para, desde ahí, volver a Pokhara.

.


Durante esos cuatro días de camino compartido, disfrutamos de un rico intercambio de vivencias, anécdotas, impresiones, proyectos e ideas. De aquellas conversaciones, quisiera rescatar una historia para vosotros: la vuelta al mundo de Theo.

Theodor M. Schlaghecken nació hace 40 años en Kleve, un pueblo alemán, limítrofe con los Países Bajos. Hijo de granjeros, disfrutó de una infancia feliz y sana, creciendo en el campo. Junto con su hermano menor, ayudaba a sus padres en el negocio familiar, limpiando pocilgas y alimentando a los más de 500 cerdos que criaban en su granja. Un trabajo “sucio”, que no satisfacía el espíritu romántico de Theo.

Tras graduarse en empresariales, Theo se mudó a la gran ciudad. Atrás quedaron los cerdos, el tractor y el mono sucio de mierda y fango, sustituidos por clientes, coche de empresa e impecable traje diplomático. Durante diez años, trabajó para una consultora, en Frankfurt, resolviendo problemas de gestión, maximizando rendimientos y asesorando a sus clientes por el “módico” precio de 2000 euros al día.

Fueron diez años monocromáticos, en los que cualquier día se parecía al siguiente. Un monótono desfile de hombres trajeados, teléfonos móviles, portátiles, presentaciones en PowerPoint, hojas de cálculo, vuelos en clase “business” y hoteles de cuatro o más estrellas. Un trabajo “noble”, pero al fin y al cabo vacío.

Theo buscaba “algo más”, pero sin saber exactamente el qué. Tal vez fuese la crisis existencial de los 40, tal vez el vacío sentimental dejado por una ruptura reciente, tal vez su sed espiritual nunca debidamente saciada, lo que le impulsó a romper con todo.

En una página web sobre motociclismo, su única pasión y pasatiempo fuera del trabajo, leyó un artículo firmado por Joachim von Loeben. Joachim, un abogado alemán, empleado por una compañía de seguros, había dejado su trabajo en el año 2004 para recorrer África en moto, y estaba dispuesto a repetir la experiencia este año, superando su anterior proeza con una odisea motera… ¡alrededor del mundo! El artículo ofrecía un email de contacto. Theo se puso a escribir de inmediato, ofreciéndose como compañero de carretera para esa gran aventura. Así pues, un pequeño clic en el botón de envío marcó el principio de una nueva vida para Theo.

Theo y Joachim empezaron su viaje el pasado mes de junio, atravesando Europa en dirección a Oriente Medio. Su trayectoria les llevará por cuatro continentes, Europa, Asia, América y África, libres de ataduras y lastres occidentales durante dos años.

Dar la vuelta al mundo está de moda. Durante este viaje, José y yo nos hemos encontrado con muchas parejas y viajeros solitarios, poseedores de un “Round the World ticket”, un producto turístico muy popular en países de influencia anglosajona. Se trata de un paquete de billetes aéreos, válido durante un año, que ofrece la posibilidad de circunvalar el planeta por un precio asequible, calculado en función del número de millas o de escalas.

Mucho menos ordinaria es la vuelta al mundo de Theo. No sólo porque se propone hacerla en moto, sino sobre todo por su carácter humanitario. He aquí la propuesta original de Theo: dar la vuelta al mundo, regalando a su paso sonrisas, bienestar y alegría.

Un solo hombre difícilmente puede erradicar la miseria, el hambre y la enfermedad de la faz de la Tierra. Pero sí puede aportar su pequeño grano de arena para que otro hombre se sienta menos pobre, menos triste o menos solo.

En sus primeros seis meses de viaje, Theo y Joachim han apoyado seis proyectos sociales, contribuyendo a mejorar las condiciones de vida de muchos niños.

En Tiblissi (Georgia), visitaron una escuela para discapacitados, en la que gastaron 500 euros para la compra de juguetes y de una maleta especial, que sirve para estimar el grado de discapacidad motriz.

En Amán (Jordania), se acercaron a una escuela para niños huérfanos. Su director mencionó la necesidad de platos para la cantina. Compraron 400 platos de plástico, gracias a los cuales los niños pueden ahora disfrutar adecuadamente de sus comidas y cenas.

En Sanaa (Yemen), compraron material pedagógico por un valor de 1000 euros, para una escuela en la que huérfanos, niños abandonados o procedentes de familias sin recursos reciben acceso a una educación básica.

En Lhasa (Tibet), Theo puso su mente consultora al servicio de Sabriye Tenberken, diseñando un modelo de recaudación de fondos para su escuela para ciegos.

En Kerala (India), visitaron un orfanato en el que los niños dormían sobre esterillas en el suelo. Compraron 20 colchones, almohadas y colchas, dibujando amplias sonrisas en los rostros de estos niños.


En Katmandú (Nepal), gastaron 500 euros en la compra de 50 jerséis, 100 pares de calcetines y 50 botes de crema hidratante, para ayudar a los 43 niños de un orfanato a sobrellevar las inclemencias del invierno.

Vosotros también podéis aportar vuestro granito de arena. Os animo a que visitéis la página web de Theo y Joachim, www.triparoundtheworld.de, donde los kilómetros recorridos por estos dos moteros están a la venta. Por diez céntimos de euro podéis comprar un kilómetro y estar seguros de que vuestro dinero llegará a buen puerto, sirviendo enteramente a una buena causa.


Nota: Theo se encuentra actualmente en Pokhara, esperando piezas de repuesto para su moto desde hace un par de semanas. Mientras conducía por el Parque Nacional de Chitwán (Nepal) en dirección a Darjeeling (India), un adelantador temerario le obligó a lanzarse por la cuneta. A juzgar por sus últimas noticias, recibidas hace un par de días, se encuentra mejor y está dispuesto a reemprender su viaje muy pronto. Que Dios esté contigo, Theo.


(Escrito desde Jaisalmer, India, 04/12/07: rescatado para "Soliloquios", el 21/02/08)

Juan Pablo

Tu espíritu es fuerte como el roble, dulce como la caña, perenne como la yuca cuya tierra te vio nacer. Así eres tú para mí, Juan Pablo.

Te quiero. Sin embargo, este texto no te está dedicado. Lo escribo para aquéllos que, como yo, lo necesitamos. Para los que nos ahogamos en un vaso de agua, para los que nos rendimos ante obstáculos imaginarios, para los que vivimos anclados en el recuerdo, aferrados a lo perdido. Para los que no estamos a tu altura, permíteme que cuente tu historia.

Hace tres años, Juan Pablo se lanzó de cabeza al abismo. Lo recibió un banco de arena. Un dolor mudo, un grito silenciado por el mar. Escuchó su pensamiento, la voz de una voluntad no correspondida por su cuerpo. “Rápido. Vuelve a la superficie. ¡Nada!”. Nada. Miró sus manos y vio que ya no eran suyas. Sus brazos, como algas, flotaban inertes ante su mirada aún incrédula, pronto consciente. “Me muero. Ahora. Ahogado”.

Se equivocaba. Otro hombre saltó al agua, uno de los “gringazos” invitados a la boda de su hermana. Tres segundos más tarde y no le hubiese salvado la vida.

Al principio, no podía respirar por sí mismo, no podía hablar, no podía mover ningún miembro de su cuerpo por debajo de sus rotas cervicales. Tres meses en cuidados intensivos, tres paros cardíacos y tres resucitaciones más tarde, Juan Pablo comenzó su nueva vida.

Su rehabilitación fue progresiva. Empezó primero en un centro sanitario de Bogotá, continuando luego en otro, mejor equipado, de Míchigan. Recuperó el movimiento de sus brazos, así como parcialmente su sensibilidad. Pero lo más asombroso de su recuperación, fue su motivación para seguir adelante, sus ganas de vivir. Subrayo la palabra “vivir”, para que no la confundamos con su hermana menor, que es “sobrevivir”. Porque Juan Pablo no es un superviviente, sino un vividor.

Nada más salir de los cuidados intensivos del hospital, se puso a escribir el guión de una comedia. Sobre el sistema sanitario y geriátrico colombianos. Con la ayuda de sus antiguos compañeros de trabajo (Juan Pablo, en su vida anterior, había sido publicista), consiguió producirla para la pequeña pantalla. No tuvo mucho éxito, pero eso no le importó. A estas alturas, ya habréis comprendido que Juan Pablo no es uno que se desanime fácilmente.

Tras una operación de médula y nueve meses de rehabilitación en Míchigan, emprendió nuevos proyectos.

Primero, su peregrinaje de agradecimiento. Cual odisea de Ulises, cruzó los Estados Unidos para estrechar la mano de su benefactor, en California, y regalarle una botella de buen whisky. “Porque eso es lo que vale mi vida”, me dijo entre risas.

Segundo, ayudar a los menos afortunados que no pueden costearse tratamientos adecuados. Compró los aparatos de rehabilitación de los que se había servido en Míchigan, y los llevó a Bogotá. Hoy en día, Juan Pablo subvenciona hasta el 60% de sus tratamientos a aquellas personas menos pudientes.

Tercero, crear una empresa que transmita su visión. Las personas físicamente discapacitadas son socialmente útiles y no deben basar su subsistencia en mecanismos de caridad. Así nació “Arcángeles”.

Su fundación no sólo garantiza cuidados de calidad para la rehabilitación de personas físicamente discapacitadas, sino que también ofrece un seguimiento psicológico, asesoría jurídica y un programa de reinserción laboral. Juan Pablo trabaja en la creación y desarrollo de proyectos rentables y sostenibles, sobre todo en medios rurales, para la ocupación de estas personas. Les ofrece formación profesional, promoción en el mundo empresarial y seguimiento laboral durante los seis primeros meses de su contratación.

Arcángeles todavía no ha cumplido su primer aniversario, que ya cuenta con tres sucursales en Colombia. Juan Pablo está ahora buscando financiamiento a través de organizaciones internacionales no gubernamentales, con el que espera, a medio plazo, desarrollar su empresa más allá de sus fronteras nacionales, con una visión latinoamericana.

Amén de su intensa agenda profesional, Juan Pablo no para quieto. Estudia, viaja, juega al rugby, sale de copas, canta, se ríe e irradia una tremenda energía con su buen humor. Cuando le conocí, se encontraba en Beijing, visitando la Ciudad Prohibida. Aprovechaba su viaje a China como representante de la delegación paraolímpica de Colombia, responsable de la organización y logística de los Juegos del 2008, para hacer un poco de turismo. Dos días más tarde se marchaba a Hong Kong y, cuatro después, a Japón, donde le habían otorgado una beca de dos meses para el estudio de la aplicación terapéutica del deporte a la rehabilitación de las personas discapacitadas. Allí se encuentra ahora.

Juan Pablo, gracias por tu encantadora compañía, por tu invitación a comer, y por compartir tu historia conmigo. También te doy las gracias por escucharme. Y por enseñarme, sin atisbo de condescendencia, una lección de vida que no olvidaré.

“Isabel, no dejes que nada te agobie y disfruta de cada momento. Uno tiene que saber vivir con lo que tiene y, a mí, esto* es lo que me ha tocado”.

Juan Pablo, en el Templo del Cielo, con 27 años y un prometedor futuro por delante. Su silla de ruedas le llevará tan lejos como él quiera.


*Nota 1: Con “esto”, creo que se refería a una inteligencia y un corazón infinitos.

Nota 2: Para saber más sobre la fundación, lee los siguientes artículos:
http://www.discapacidadcolombia.com/modules.php?name=News&file=article&sid=1622
http://www.lesionmedular.org/forum/viewtopic.php?p=10097
http://www.ladiscapacidad.com/colombiaaccesible/una_excelente_experiencia_de_integracion_laboral.html

(Escrito desde Wuhan, provincia de Hubei, China, 30/09/07: rescatado para "Soliloquios", el 21/02/08)